jueves, 31 de mayo de 2012

Mini-Relato: Una mala noche la tiene cualquiera


Son poco más de las siete de la mañana, los primeros rayos de luz se cuelan en la estancia y el silencio lo empapa todo. En líneas generales es un apartamento acogedor, muy femenino, con decoración vistosamente planificada. Es evidente que en él habita una mujer. Todo está impecable, cuidadosamente colocado, casi aséptico, salvo por el hecho de que el cuerpo de una mujer reposa inerte sobre el suelo de la cocina. Junto a él, hay un documento arrugado en el que se puede leer la palabra “finiquito”, e inmediatamente más allá, un reluciente cuchillo de cocina manchado de un inconfundible liquido carmesí.

Algunas horas antes, no muy lejos de aquella perturbadora escena, en otro punto de la ciudad, Julia se dirige como todos los días hacía su trabajo. Aquel fantástico y prometedor empleo de secretaria en Oteyza & Asociados tan solo debía durar el tiempo que tardase en sacarse la carrera de derecho. No obstante un año después de haber obtenido la titulación allí seguía, ocupando el mismo puesto y soportando las mismas tonterías.

En un intento desesperado de evitar el tedio matutino, mientras no llega a su parada, ojea el diario, en la portada un titular destaca por encima de los demás: “Continúa la cadena de asesinatos”, pero a ella le llaman mucho más la atención las rebajas del boulevard rosa.

Acto seguido dirige su mirada hacía los zapatos, da un largo suspiro y se propone substituir sus maltrechas manoletinas por un buen zapato de tacón, probablemente de la marca Prada. Es un objetivo que sin excusa se propone cumplir durante el día, ya que su oficina está sobre las galerías comerciales. Los zapatos serán el regalo que se haga para celebrar el ascenso que espera recibir por la marcha de una de las abogadas del bufete. Ella es la mejor candidata.

Al ver que su parada se aproxima, se pone en pie y se coloca frente a la puerta de cristal del vagón. Con detenimiento se observa en busca de anomalías en el maquillaje, concretamente busca algo que su insoportable jefe vaya a reprocharle. ¿Mucho maquillaje?, ¿Poco maquillaje?, Con don Oteyza nunca se sabe.

Antes de trabajar codo con codo con lucifer, era una mujer segura de si misma, sin complejo alguno, pero en algún punto que no lograba recordar esa seguridad le había sido arrebatada. ¿Quizás fue el día que Don Oteyza le prohibió el almorzar?,  Adujo que era por su bien, ¿O fue la navidad en que en vez de un lote le regaló una bascula para pesar alimentos?, Detalle que justificó diciéndole que la ayudaría a recuperar la línea. 

Al abrirse las puertas del vagón se le cae el contenido del bolso sobre el andén y en un gesto rápido se flexiona para recogerlo, airosa se pone en pie para continuar su camino y es entonces cuando las puertas se cierran y un pliegue de la falda queda pillado por ellas. Durante unos metros corre por el andén enganchada al vagón hasta que logra soltarse. En una rápida evaluación se da cuenta de que tiene una raja en la parte trasera de la falda de aproximadamente quince centímetros. Avergonzada se pone el abrigo y comienza a correr hasta la oficina con la firme idea de grapársela como medida preventiva hasta que pueda escaparse a comprarse otra.

Al llegar a la oficina corre hasta su mesa y casi lanzándose por encima del escritorio coge una grapadora y se encamina hasta el baño. Una vez en él se grapa la falda y durante unos segundos se observa en el espejo.

Observa su tez blanquecida y su cabello rubio, casi albino por la falta de horas de luz, provocado por las interminables jornadas, se percata con alarma de su extrema delgadez causada por la ansiedad y sobretodo no puede evitar observar la pérdida del brillo de sus ojos. ¿Qué estoy haciendo con mi vida?, se pregunta enojada. Se pasa un poco de agua fría por la nunca y se dice a si misma que hoy es el día en que sus esfuerzos se verán recompensados.

Al volver a su mesa lo observa todo con exagerada meticulosidad, incluso saca una regla para medir la distancia entre una cosa y otra, ya que una de las manías de su jefe es que siempre la mesa esté perfectamente ordenada. Al acabar un involuntariamente dirige su mano hacía la boca para morderse las uñas y como si recibiese una descarga eléctrica rápidamente la retira. Esa es otra de las normas que no puede quebrantarse: “Las uñas deben estar siempre perfectamente cortadas”

Una vez puesto todo en orden, no puede evitar recordar todo lo que ha pasado hasta llegar a ese punto. Las malas contestaciones, el menosprecio, las interminables broncas, llamadas a horas intempestivas, recados humillantes… Un mundo. De pronto recuerda  la entrevista que Don Oteyza le hizo antes de empezar a trabajar para él y no puede alejar aquella ofensiva pregunta de su mente: “¿Usted?, ¿Derecho?, Pero si ni si quiera sabe mantenerse recta en la silla. ¿Está segura de no preferir otra profesión?”, de nuevo sacude la cabeza intentando borrar esos pensamientos.

Sin saber porqué, de repente acude a su mente el titular del periódico: “Continúa la cadena de asesinatos”. Durante los siguientes cinco minutos, se devana los sesos pensando que si ella hubiese sido una de las victimas, jamás hubiese llegado a conseguir el ascenso. Hubiese supuesto para ella una doble tragedia, no tanto por el hecho de estar muerta, que eso en sí simplemente sería un fastidio, sino porque significaría que sus últimos cinco años habían sido tirados a la basura. Ipso facto recordó las rebajas, estaba ansiosa por celebrar su triunfo.

Bien entrada la mañana, los sueños de Julia se estrellaron contra el suelo cuando le presentaron a Cruz, la nueva abogada. ¿Qué significaba eso?, ¿Había tenido Don Oteyza la poca vergüenza de no tenerla en cuenta para el puesto de trabajo?

Completamente enojada, como si fuese una locomotora Express sin frenos, irrumpe en el despacho de aquella sabandija asquerosa y le pide explicaciones. La respuesta de aquel reptil es alta y clara: “No sé de que se sorprende. Cuando nos conocimos fui muy claro; Jamás he creído que usted pudiese llegar a desempeñar una profesión tan importante como la nuestra. Obviamente es una muy buena secretaria, y lo es gracias a mi, estaría loco si la dejase escapar”.

La respuesta de Julia es igual de clara. Seguramente le den cinco puntos de claridad en la frente imagina mientras baja a la calle. La ventaja de ser abogada es el poder pleitear por poco dinero y sonríe al pensar que en el futuro se encontrarán en los tribunales. Una vez en la calle, con el despido recién salido del horno, llama a todos sus conocidos y les comunica su peculiar ascenso. En vez de deprimirse decide celebrarlo por todo lo alto y pasar una noche loca junto a los suyos. ¿Qué mejor regalo que una noche sin interrupciones con sus amigos?, incluso mejor que los zapatos.

De nuevo en el impoluto apartamento, una hora más tarde, la misteriosa mujer sigue tendida en el suelo. Casi nada ha cambiado salvo la luz del sol que ha avanzado sobre su cuerpo. De repente, con exagerada lentitud se pone en pie, observa el cuchillo manchado de mermelada de fresa y recuerda que al llegar a las tantas, borracha y completamente ida, ha intentado prepararse un desayuno y se ha desmayado. Es entonces cuando Julia piensa: Una mala noche la tiene cualquiera.

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