viernes, 4 de mayo de 2012

Mujeres Desempleadas - CAPITULO 5 - Unos vienen, otros van...


Susana estaba viendo como Mila Ximenez y Lidia Lozano se peleaban en el programa Sálvame cuando recibió la llamada de la policía diciéndole que al fin su marido había aparecido.

Fue exactamente hace seis meses, justamente un mes antes de morirme, eran sobre las 19.00 de la tarde de un día lluvioso.

En primera instancia sintió alegría, pues inexplicablemente ella le quería pese a las palizas que le había propinado durantes. Se preguntó donde narices había estado metido todo aquel tiempo y en que estado lo habrían encontrado.

No era la primera vez que desaparecía del domicilio. Pero si que era la primera vez que la cosa se alargaba tanto.

Manuel era un bebedor empedernido, un adicto a las tragaperras y un yonqui acabado. Una laja, si señor, pero Susana contra todo pronostico lo amaba.

Por eso cuando la policía le dijo que pasase por la morgue a identificar su cuerpo el mundo se le vino al suelo. Colgó y se echó a llorar. Incluso antes de haber verificado que estaba muerto algo en su interior ya le indicaba que si, que aquel cuerpo era el de Manuel. Recuerdo que acto seguido me vino a buscar y juntas fuimos al anatómico-forense a identificar el cuerpo del difunto.

El lugar era siniestro; Mucho más que las morgues que salen en las películas. El toque de realidad elevaba a la enésima aquel sitio en la escala de lo escalofriante. La impresión que me produjo ver el cuerpo hinchado y medio descompuesto de Manuel hizo que se me revolviese el estomago y vomité.

Susana que estaba junto a mi se limitó a decir: “Si, es él.”. Acto seguido se desmayó.

Al volver al bloque la acompañé a su piso y me aseguré de que se acostase. Lo que necesitaba era dormir; Dormir e intentar olvidar lo sucedido. Debía borrar la imagen de Manuel con un pie puesto en el otro barrio ya que pensar en eso no la ayudaría en absoluto. Ahora debía pensar en ella. Única y exclusivamente en su persona; Ni en sus hijos, ni en sus padres, ni en su difunto marido… Había llegado el momento de vivir.

Al menos eso es lo que pensaba yo. Claro que por aquel entonces también creía que llegaría a ser famosa y ya me veis. Muerta y podrida, como Manuel.

Pensar en aquello me entristeció. No por mí, sino por mis amigas. ¿Qué culpa tenían ellas de que yo hubiese hecho lo que hice? ¿Por qué narices le tuve que explicar a Bib mi secreto? ¿Ahora ella estaba en peligro? ¿La persona que me había asesinado sabía que Bib estaba al corriente de mi error?

Tantísimas preguntas me aturdieron. Tanto que no me percaté de que la luz de mi piso se había encendido, alguien había entrado en él. Floté lo más rápido que pude a través del patio de luces y al llegar a la altura de la ventana de la cocina me concentré para atravesar el muro.

Fue una sensación extraña. Hasta ahora no lo había hecho pero algo en mi interior me guió. Fue como si tuviese claro que en aquel estado fantasmal podía hacerlo. Al atravesar el muro me quedé con todo el “cuerpo” dormido, atontada, aturdida. Tardé unos minutos en recobrarlo. Lo suficiente como para que el intruso/a se marchase. Allí ya no había nadie, solo un desorden generalizado. El intruso/a había estado revolviéndolo todo, buscando vete tu a saber qué.

Floté hasta el cuarto de baño y una vez allí incrusté la cabeza contra la mochila del wc. A continuación respiré profundamente. Allí estaba, nadie lo había encontrado. La confesión escrita de todos mis secretos permanecía todavía allí. Por ahora nadie más salvo Bib y la persona que me asesinó sabría que yo maté a Manuel.


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